Punta Veleros |
Punta Veleros, Los Órganos, Piura, Perú, octubre de 2018. Mientras recibía una descarga importante de rayos ultravioleta y veía de reojo el vuelo de decenas de aves fregatas o tijeretas americanas (Fregata magnificens), piqueros de patas azules (Sula nebouxii), pelicanos peruanos (Pelecanus thagus), de cormoranes (Phalacrocorax brasilianus) y de otras aves playeras, agarré con firmeza el libro de turno y concentré mi mirada en la página 187.
En el capítulo referido a Sir Karl Popper (1902 – 1994) del libro: La llamada de la tribu, del compatriota Mario Vargas Llosa, el autor arequipeño y ganador del Premio Nobel en el año 2009, señala lo siguiente: “¿Por qué prefiere el reformista modificar o reformar las instituciones existentes en vez de reemplazarlas, como el revolucionario? Porque, dice Popper en uno de los ensayos de su libro Conjeturas y refutaciones, el funcionamiento de las instituciones no depende nunca solo de la naturaleza de estas —es decir, de su estructura, reglamentación, tareas o responsabilidades que le han sido asignadas o las personas a su cargo— sino, también, de las tradiciones y costumbres de la sociedad. La más importante de estas tradiciones es el “marco moral”, el sentido profundo de justicia y de la sensibilidad social que una sociedad ha alcanzado a lo largo de su historia”.
Me quedé pensando al respecto. Y es que tras haber transitado por varios organismos, tanto públicos como privados, sí creo que lo que define las instituciones, al margen de sus funciones y responsabilidades, son las personas que en ellas laboran, las mismas que representan parte de la “moral nacional”. Es decir, pienso que en base al accionar de las masas, condicionado en parte por su moral, se marca la pauta en el funcionamiento de las instituciones. Centrándome en el Estado, tal dependencia podría ser excelente o podría ser atroz, pues en un país como el nuestro —que no se cansa de demostrar que a veces se asemeja bastante a una república bananera— es complicado (pero no imposible) hacer patria.
Una institución estatal cualquiera podrá tener el mejor marco legal, los mejores planes estratégicos, un buen presupuesto, las mejores instalaciones y otros aspectos que podrían hacerla “de primera”, sin embargo, si las personas que la conforman son en gran número mediocres, conformistas y con poca moral, el presente y futuro de la misma podrían verse bastante socavado y oscuro.
Me explico. En mi paso por varios lugares he identificado que existen personas que solo cumplen su labor para llevar el pan a su mesa (o a varias mesas) y aportan lo justo y necesario sin sudar la camiseta. No podríamos decir que esté mal dicho accionar, pero claro, en ellos (y ellas, para evitar problemas) no se percibe el entusiasmo y no muestran tener “camiseta” por lo que hacen. Es una manera de hacer un tránsito sosegado y libre de riesgo por una a veces larga y compleja vida laboral. Si este tipo de personas “le entran” a la “cochinada” es difícil de determinar, pues justamente por involucrarse lo menos posible, tal vez no tengan ni ánimos ni valentía de hacerlo (¿o sí?). Al final, podríamos asumir que eso es bueno.
También están los que intentan demostrar que están compenetrados hasta el tuétano con la institución y que tienen puesta “la camiseta” y todo el ajuar institucional porque sienten que han sido los elegidos y los llamados a demostrar que donde están es lo mejor que hay. Pero en el fondo, necesitan recibir elogios para sí mismos (o mismas) porque al final se creen imprescindibles. Sin ellos, su centro de trabajo no es nada. Claro, hay entusiasmo, pero no hay convicción ni ganas sinceras de aportar realmente al fin institucional. Si al día siguiente, se van a trabajar a otra empresa o institución, repetirán la historia. No está mal tampoco. Estos elementos (o elementas) son necesarios. Si “le entran” a la “cochinada”, difícil saberlo, aunque me parecería que estarían algo tentados porque para ellos, el fin justificaría los medios. En todo caso, es discutible.
Existiría un tercer grupo de empleados que son los que pasan algo desapercibidos desde sus trincheras, pero que son piezas claves para el funcionamiento de una institución. Su accionar es a veces ejemplar, otras veces discutible o hasta polémico. Sea como fuere, tienen la camiseta puesta, pero tal vez no lo evidencian porque su mirada trasciende a la institución y a su puesto, dado que su concepción es más sectorial o amplia. Es decir, son aves de paso, pero saben que lo que construyen es parte de algo más grande. Son cohesionadores, empujan procesos y no solo cumplen funciones únicas y no concatenadas, sino que buscan trascender y eso es bueno. Si “le entran” a la “cochinada”, difícil saberlo, pues no arriesgarían su apostolado por unas monedas; o quién sabe, tal vez sí lo hagan.
Corrupción v.02
En resumen, pese a esta tosca y parcializada clasificación de tipos de funcionarios públicos, podría parecer que todos estaríamos propensos a obrar mal. Pero ser amoral no implicaría solamente caer en la tentación de “meter uña” sino también, ser holgazán o no poder cumplir con lo que tu cargo te exige, ya que por esas cosas de la vida accediste a un puesto para el cual no estás capacitado. Asimismo, como funcionario público se tiene responsabilidad para con la ciudadanía, dado que uno debe tomar decisiones que involucran a personas, aprobar pagos, así como manejar y disponer de recursos financieros de tal manera que beneficie a la población y que cada sol invertido tenga un destino justificado.
Por otro lado, como servidor estatal, uno recibe capacitaciones, accedes a talleres, seminarios y otros por ser un “especialista” del Estado, en el cual se invierte dinero y energías. En otras palabras, ir a dormir o a perder el tiempo a las reuniones a las que se es enviado como autoridad, es una manera de sacarle la vuelta al país y a todos los que pagan impuestos. Así también, servir en el Estado conlleva a estar apto para cargar consigo una pesada mochila en lo referido a la toma de decisiones de diversa índole que pueden resultar al final poco eficientes o inservibles, con lo que, si se comprueba que se actuó con meditación y con alevosía, se estaría incurriendo en otra variante de lo amoral. La aprobación o no de temas importantes podría depender de un funcionario público, quien a veces por ignorancia, desidia, mala leche o por razones no muy claras pude truncar procesos o anticipar el colapso de muchas cosas.
MVLL agrega además sobre el éxito o fracaso de las instituciones sociales que estas “… por inteligentemente que hayan sido concebidas, solo cumplirán los fines presupuestos si sintonizan de manera cabal con ese contexto inefable, no escrito, pero decisivo en la vida de una nación que es el ‘marco moral’”. Así, una institución destaca sobre las demás, no solo por los logros realizados o por las metas cumplidas, las cuales, claro, al final son importantes porque las gestiones deben ser medidas en base a algo concreto. Sin embargo, estos logros podrían ser solo paliativos y de corto plazo, de tal manera que al final resultarían poco pensados y dejarían traslucir que habrían sido alcanzados solo para cumplir con los benditos planes y evaluaciones.
Empero, cómo hacer para que la institución X trascienda y sea un modelo a seguir y forme parte del aparato estatal, de tal forma que realmente ayude a construir el país en base a cimientos sólidos, “limpios” y duraderos en el tiempo. Sin duda, cada servidor o servidora cumple un rol fundamental. Además de poner sus conocimientos, experiencias y sapiencia a disposición del país y de la ciudadanía, debería ser también un ejemplo de entereza y honestidad. El código de ética está escrito y debe ser leído y puesto en práctica, pero no hay un código moral escrito. Cada uno lleva la moral “puesta” y demuestra de qué está hecho.
Por lo tanto, a los que estén en el Estado, esa cosa etérea y trajinada llamada moral exige dar lo mejor de uno y sugiere que se tenga en cuenta de que se está ahí para servir a la gente, fortalecer la institucionalidad, construir un mejor futuro, dejar algo bueno para los que vienen y hacer que el país sea más justo. En algunos casos, las críticas llueven porque nunca se puede hacer felices a todos y menos con limitaciones de diversa índole. No obstante, vale la pena trabajar para lo ya nombrado. Además, alguien tiene que hacerlo. Si eres uno de ellos (o de ellas), demuestra entonces que tienes las agallas para hacer las cosas bien. No es mucho pedir, ¿o sí?.
La ilustración del ave fregata proviene (otra vez) del libro: Aves de los humedales de la costa peruana, de Javier Barrio y Carlos Guillén (Serie de Biodiversidad CORBIDI 3 del año 2014).
Enrique Iván Angulo Pratolongo |